domingo, 2 de noviembre de 2014

Libro “La empresa consciente” del autor Fredy Kofman.


La estructura del libro consta de 09 capítulos, a saber: Negocios con Conciencia, Responsabilidad Incondicional, Integridad Esencial, Humildad Ontológica, Comunicación Auténtica, Negociación Constructiva, Coordinación Impecable, Competencia Emocional y Entrar al Mercado con Vocación de Servicio. 


     El texto hace referencia a la empresa consciente, la cual se define como aquella que tiene conciencia del mundo interno y externo es decir que toma en consideración cuerpo, mente y espíritu en el individuo, la cultura y la naturaleza. Esto significa que para alcanzar el liderazgo integral en una empresa se requiere el uso de las herramientas que facilitan recorrer con destreza los ámbitos de la individualidad, la cultura y el planeta.



1er cap. se señala que vivir consciente significa estar en un estado de ser mentalmente activo, la habilidad de ver al mundo de otra manera. La conciencia es la capacidad de estar atentos al mundo interior y al mundo que nos rodea, lo cual permite la adaptación del ser humano. No sólo somos conscientes de nuestro ser, sino también de los otros. Una empresa consciente favorece el desarrollo de todos los entes involucrados. Incentiva a los empleados al mundo, de manera rigurosa, con un razonamiento ético acerca del rol que se desempeña. Los invita a observarse a sí mismos, para que descubran que significa vivir una vida plena y feliz.

     Se destacan siete cualidades para establecer la distinción entre empleados conscientes y empleados inconscientes. Los tres primeros son atributos de la personalidad; responsabilidad incondicional, integridad esencial y humildad ontológica. Las siguientes tres son habilidades interpersonales: comunicación auténtica, negociación constructiva y coordinación impecable. La séptima cualidad es la maestría emocional. Se considera que estas cualidades obedecen a un elemento de sentido común no de práctica común. 

     Las organizaciones cuentan con tres dimensiones: la impersonal, lo referido al trabajo, al ello; la interpersonal, que tiene que ver con las relaciones, al nosotros y la personal que involucra el Yo. 
     La arrogancia ontológica es la pretensión de una persona de que las cosas son tal como ella las percibe, que su verdad es la única verdad. La creencia de que sólo es válido su punto de vista y cualquier opinión diferente está equivocada. Para el arrogante ontológico, sus opiniones son la verdad. No distinguen entre la experiencia subjetiva y la realidad objetiva. Considera que su experiencia define la realidad. 
     2do.cap, se hace referencia a la responsabilidad, como la habilidad del ser humano para responder ante una situación determinada. Tener habilidad para responder no significa tener habilidad para ser exitoso. Nada garantiza que lo que se haga depare lo que se desea. Pero asegurará que, en tanto se esté vivo y consciente la respuesta ante cualquier circunstancia tenga por finalidad el logro de la felicidad. La responsabilidad confiere poder de decisión. Permite que nos concentremos en los aspectos de una situación sobre los cuales se puede influir. La responsabilidad no implica culpa. No somos responsables de nuestras circunstancias, sino de la manera de enfrentar esas circunstancias. La responsabilidad es fuente de poder e integridad: el poder de influir en su situación y la integridad de hacerlo de acuerdo con sus valores. 
     Igualmente, se establece una distinción clara entre la víctima y el protagonista. La víctima es la persona que sólo presta atención a los factores sobre los cuales no puede influir. Se ve a sí misma como alguien que sufre las consecuencias de circunstancias externas. El protagonista, por el contrario, presta atención a los factores sobre los cuales puede influir. Se ve a sí mismo como alguien que puede responder a las circunstancias externas. Su autoestima es producto de hacer las cosas de la mejor manera. En sus explicaciones se involucra a sí mismo, dado que comprende que ha contribuido sustancialmente a la creación del problema. Cuando las cosas salen mal, el protagonista trata de entender qué puede hacer para corregirlas. Elige las explicaciones que le confieren poder y lo ponen en control de la situación. Nadie es simplemente una víctima o un protagonista. La víctima y el protagonista son arquetipos que expresan dos tendencias básicas de los seres humanos: la actitud franca y la actitud defensiva. Cada una de ellas representa una visión diferente, por medio de la cual ofrecemos explicaciones para los numerosos acontecimientos de nuestra vida. Todos podemos desempeñar cualquiera de estos dos roles en momentos diferentes. Actuar como una víctima en una instancia en particular no impide actuar como un protagonista en circunstancias diferentes, y viceversa. 
     Nuestra conducta es la manifestación de nuestros valores en la acción. Nuestra integridad depende de que los valores que se manifiestan en la acción sean congruentes con nuestros valores esenciales. Cuando se manifiesta de esa manera, nos sentimos orgullosos. Por el contrario, cuando no es así, nos sentimos culpables. Podemos proclamar valores nobles, pero carecen de significado si no orientan nuestro comportamiento. 
     Cada resultado depende de nuestra capacidad para responder a los desafíos que enfrentamos. 
     3er, cap.
el autor reflexiona sobre la manera en que podemos mantener nuestra integridad cuando nos enfrentamos con factores que están más allá de nuestro control. "Tú eres responsable de tu vida" es una frase que puede actuar como un anzuelo con carnada. Es lo suficientemente cierta como para sonar atractiva y lo suficientemente imprecisa como para causar gran confusión. 
     Si adoptamos una actitud coherente con valores esenciales, alcanzaremos el estado de paz interior al que el autor denomina "el éxito más allá del éxito". La integridad esencial nos permite desarrollar fortaleza, paz y auto-confianza. 
     Nuestra conducta es la manifestación de nuestros valores en la acción. Nuestra integridad depende de que los valores que se manifiestan en la acción sean coherentes con nuestros valores esenciales. Cuando eso ocurre, nos sentimos orgullosos. Por el contrario, cuando no es así, nos sentimos culpables. Podemos proclamar valores nobles, pero carecen de significado si no orientan nuestra conducta. 
     La integridad es un principio guía mejor que el éxito, por dos motivos. Primero, la integridad implica excelencia, por lo cual estimula la plena dedicación a la misión que tenemos que cumplir: ganar, sin desperdicio de energía o concentración. Segundo, la integridad ofrece una interpretación más abarcadora que el éxito. Mientras que el éxito tiende a concentrarse en el subsistema local y en el corto plazo, la integridad se concentra en las consecuencias sistémicas de largo plazo. 
LA INTEGRIDAD ESENCIAL
Esta distinción entre resultado y proceso nos permite observar
nuestras acciones de una manera diferente. Como puede verse, toda
acción tiene dos propósitos. En primer lugar, actuamos para
orientarnos hacia un resultado deseado. Segundo, actuamos para
expresar nuestros valores.
En el capítulo anterior, dije que la acción es nuestra respuesta a un 
desafío externo. Utilizamos nuestras habilidades y recursos para crear
un futuro deseable. Podemos evaluar nuestros progresos analizando
el grado de alineamiento entre los resultados previstos y los
efectivamente alcanzados. Esta es la medida del éxito. En este
capítulo sugiero que existe un parámetro adicional para evaluar
nuestras acciones: también podemos observar cuál es el alineamiento
entre nuestra conducta y nuestros valores. Esta es la medida de la
integridad, o del éxito más allá del éxito. La mayoría de las personas
consideran que la integridad es un valor específico, semejante a la
honestidad, pero aquí yo la definiré como la adhesión a un código de
valores.
Nuestra conducta es la manifestación de nuestros valores en la
acción. Nuestra integridad depende de que los valores que se
manifiestan en la acción sean coherentes con nuestros valores
esenciales. Cuando eso ocurre, nos sentimos orgullosos. Por el
contrario, cuando no es así, nos sentimos culpables. Podemos
proclamar valores nobles, pero carecen de significado si no guían
nuestra conducta. Enron tenía un impresionante código de ética, al
igual que Tyco, WorldCom y muchas otras compañías involucradas en
escándalos corporativos. Esos códigos de ética, que proclamaban los
más elevados principios morales, no impidieron que los ejecutivos de
esas empresas actuaran de manera poco ética, contradiciendo los
principios enunciados. Como dice el refrán: “Lo que haces habla tan
alto que no puedo entender lo que dices”.
¿Usted desea ganar a cualquier precio? Antes de responder “sí”,
considere esta otra pregunta: ¿Qué haría si para ganar debe apelar a
una conducta poco ética? Tal vez esto lo haga dudar. En general,
todos reconocemos la existencia de una línea divisoria que separa el
bien del mal. Una línea que no debemos cruzar. Sin embargo, en
medio de la acción a menudo nos olvidamos de ella. En momentos de
impulsividad inconsciente solemos traicionarnos. La preocupación
suprema por el éxito oculta cualquier escrúpulo acerca de la
integridad. En esos momentos, nos enfrentamos exclusivamente a
una cuestión de prioridades: poner la integridad en primer lugar y
subordinar a ella él éxito, o por el contrario, dejar la integridad en
segundo plano y sostener el éxito a cualquier precio.
Cuando actuamos con integridad, logramos el éxito más allá del
éxito. La buena nueva es saber que podemos garantizar el éxito más
allá del éxito incluso en un mundo donde el éxito está fuera de nuestro
control, que siempre podemos decidir actuar con integridad, porque
poseemos el control de nuestra propia conducta. Sin importar qué
hagan los demás, como decía Gandhi, “[debemos] convertirnos en el
cambio que aspiramos a ver en el mundo”. La integridad nos otorga el
poder incondicional de expresar nuestras cualidades más admirables
y sentirnos orgullosos de nosotros mismos. También nos ofrece la red
de seguridad que constituyen la paz y la dignidad cuando las cosas no
funcionan como esperábamos.
Consideremos este relato acerca de Bernardo, un gerente de planta
de la industria automotriz. Bernardo y su equipo querían mejorar la
calidad de una línea de montaje de camiones. Después de analizar el
proceso de producción, identificaron el problema: algunas máquinas
no funcionaban de acuerdo con las especificaciones. Por lo tanto, el
equipo ajustó las máquinas. ¿Produjo esto un aumento en la calidad?
Desafortunadamente, no. La mejora en el proceso reveló que los
defectos se originaban en otra planta de producción. Bernardo se
dirigió con esos datos al gerente de la otra planta pero este lo
rechazó: él no tenía autoridad para imponer su voluntad a un colega.
A pesar del esfuerzo de Bernardo y su equipo, la calidad de los
camiones se mantuvo por debajo de la esperada.
Desde el nivel de los resultados, Bernardo y su equipo fracasaron.
No lograron la mejora de calidad que deseaban. Desde el nivel del
proceso, la historia es diferente. Se desilusionaron, pero también se
sintieron orgullosos. Los miembros del equipo trabajaron
esforzadamente para enfrentar el problema y actuaron según sus
valores. Dieron lo mejor de sí. Esta satisfacción les permitió aceptar el
(momentáneo) fracaso sin abatirse. En poco tiempo, comenzaron a
explorar modos alternativos de encarar el problema de la calidad.
Bernardo y su equipo continuaron buscando el éxito más allá del éxito.
Cuando cuento esta historia en mis seminarios siempre me
preguntan si Bernardo y su equipo lograron finalmente encontrar la
solución. Sin embargo, más importante es que nos preguntemos si
actuar con integridad esencial para lograr el éxito más allá del éxito
aumenta nuestra capacidad para lograr el éxito en términos
convencionales. La respuesta depende del período de tiempo que
consideremos. En el corto plazo, no necesariamente. En el largo
plazo, absolutamente sí. El respeto a los valores esenciales impone
restricciones a nuestra conducta, que no afectan a quienes hacen
caso omiso de esos valores. Por lo tanto, las personas sin escrúpulos
parecen gozar de mayor libertad que las personas con escrúpulos. Si
se permiten “ganar” violando las normas que otros se sienten
obligados a respetar, es más probable que sean ellos quienes ganen.
Durante un partido de fútbol entre la Argentina e Inglaterra, el
famoso Diego Maradona hizo un gol de manera ilícita. Impulsó la
pelota hacia el arco con la mano, pero el árbitro creyó que la había
tocado con la cabeza y consideró válido el gol. Los ingleses estaban
furiosos. Los argentinos, doblemente alborozados. Que la infracción
no hubiera sido descubierta hacía que el gol fuera mucho más
admirado. Al finalizar el partido, Maradona se jactó de que no fue su
mano sino “la mano de Dios” la que había impulsado la pelota. Yo me
sentí avergonzado. Al día siguiente comenté mi decepción con un
amigo argentino.
—¿Qué crees que debería haber hecho Maradona? —me preguntó
desafiante.
—En mi opinión, debería haberle dicho al árbitro que el gol no era
válido —le respondí.
—Pero eso habría perjudicado a la Argentina.
Di por sentado que no se refería al país sino al equipo, pero los
aficionados al fútbol, y los nacionalistas militantes, a menudo
confunden ambas cosas.
—Si, eso podía incidir en las posibilidades de ganar el partido, pero
la reputación de la Argentina resulta mucho más perjudicada por la
falta de integridad de su equipo, y por la manera en que los
aficionados la celebran.
De acuerdo con la lógica, no se pueden lograr grandes resultados si
las opciones son limitadas. Sin embargo, los seres humanos no son
computadoras y a veces más opciones significan peores resultados.
Si usted es un fumador que trata de abandonar ese hábito, es
aconsejable que no haya cigarrillos a su disposición. Si está
navegando y las sirenas lo hipnotizan con su canto será mejor que se
ate al mástil. Del mismo modo, si desea obtener un éxito sostenible
será mejor que se abstenga de poner en práctica estrategias poco
éticas. En el largo plazo, la búsqueda virtuosa de la excelencia depara
un éxito real que supera a la búsqueda desenfrenada del éxito
material.
Imagine que Maradona era un CEO que utilizaba artilugios de
contaduría para aumentar las ganancias anunciadas. Imagine incluso
que el engaño pasaba inadvertido y lograba aumentar el valor de
mercado de su compañía. Suponga que nunca lo descubrieron y que
él se vanagloriaba de ello ante su equipo administrativo. Con su
conducta, ¿qué mensajes les transmitía?: “La honestidad es para los
tontos. Para triunfar en esta organización tienes que hacer lo que sea
necesario. Puedes mentir, estafar, y robar, en tanto no seas
descubierto”. Seguramente, son pocas las probabilidades de que una
compañía con una cultura tan corrupta sea exitosa en el largo plazo.
Más aún, el éxito, en última instancia, es aquello que los sabios han
denominado una “buena vida”. Esa clase de vida siempre ha estado
asociada con la integridad espiritual, no con el éxito material. Una de
las principales enseñanzas de Sócrates, por ejemplo, es que un
hombre que conserva su integridad nunca resultará perjudicado en el
largo plazo. Las incertidumbres de este mundo son tales que
cualquier persona puede ser privada de sus posesiones y encarcelada
injustamente, puede quedar inválida a causa de un accidente o una
enfermedad. Esos hechos fortuitos son parte de una existencia fugaz,
que pronto terminará. Pero como decía Sócrates, si nuestra alma
permanece impoluta, nuestros infortunios nos parecerán
relativamente triviales. La verdadera catástrofe personal consiste en
la corrupción del alma. Por ese motivo, él sostenía que una persona
resulta mucho menos dañada al sufrir una injusticia que al cometerla.
  



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