sábado, 9 de abril de 2016

Cómo empezar

Cómo empezar de cero aunque tengas 49 años

¿Te da miedo dar un paso decisivo y cambiar tu vida porque «tu tiempo ya se fue»?
Genial.guru publica una historia cuyo protagonista demostró que nunca es tarde para empezar a vivir tu vida. A sus 49 años, Andrei dejó su trabajo, cambió su estilo de vida y al final de cuentas se volvió estudiante. Ahora, cuatro años después, recibió el título de abogado, lo cual ha sido su sueño durante toda la vida. Y esta es su historia.
Mi hermana leyó en un periódico un anuncio en donde un abodago buscaba a un ayudante que supiera escribir textos en computadora rápido y sin mirar. Me llamó por teléfono: «Sabes teclear bien y siempre has soñado con ser abogado. Inténtalo, ¿tal vez sea tu oportunidad?». Efectivamente, cuando era joven soñaba con ser abogado. Pero a los casi 50 años cambiar y tomar otro camino distinto a aquel por el cual habías andando la mayor parte de tu vida... Me parecía muy extraño, y tenía mucho miedo.
Soy químico, pero aún en mi época universitaria empecé a trabajar en la cadena de suministro. Esta profesión me alimentaba, no me interesaba mucho pero me permitía vivir según un horario libre. Los suministradores siempre se requerían y yo necesitaba trabajar lo más cerca a la casa posible, así podía cuidar de mis padres que estaban muy enfermos.
Después de los 40, habiendo perdido a mi madre y luego a mi padre, por primera vez pensé que podía cambiar mi trabajo o tal vez incluso estudiar una segunda carrera. Por primera vez tuve tiempo para mí, yo soñaba y planeaba. Pero no podía imaginarme cómo podría hacer una carrera de jurisprudencia, y así de pronto llegar a una notaría y de la nada decirles: «Quiero trabajar aquí», no me lo podía imaginar. Porque para un trabajo de este tipo se requiere un diploma de la facultad de derecho y dedicación desde los años universitarios... La falta de confianza en mis fuerzas y el miedo de que a mis años me viera ridículo como novato me impedía tomar una decisión.
De cualquier modo, sucedió precisamente así: yo, un hombre de 49 años, que acababa de pasar por varias cirugías en articulaciónes, con un bastón, fui a la notaría y dije:«¿Necesita a un ayudante? ¡Contráteme! Sé escribir empleando todos los dedos sin mirar el teclado, no soy abogado pero he podido ganar por mi cuenta un juicio de arbitraje en el caso de un banco que se declaró en bancarrota y así quemó todos mis fondos. Conozco muy bien las leyes». Me sentía seguro y por algún motivo no me preocupaba para nada. No tenía exigencias exageradas del sueldo, y dije honestamente: «Estoy dispuesto a empezar el trabajo en esta profesión por básicamente cualquier dinero». Mi futuro jefe me escuchó tranquilamente y luego me pidió realizar una tarea de prueba, escribir un pequeño texto. Y luego me invitó a trabajar advirtiéndome: «Tu salario será de 350 dólares. Si eres bueno, la remuneración irá creciendo». Al día siguiente me convertí en un ayudante de abogado.
Fui feliz. Durante muchos años llevé una vida doble: en mi trabajo me dedicaba a contabilizar los bienes materiales pero todo mi tiempo libre lo dedicaba a estudiar leyes, y antes de dormir leía el Código Civil. El motivo de un interés tan apasionado hacia el derecho fue que durante muchos años llevaba una guerra contra los funcionarios burócratas. Exigiendo para mí mismo y para mis amigos decisiones justas, me comportaba como un abogado autodidacta. Mi pasión empezó con una cita fracasada con un abogado, a la hora de ejercer mi derecho a herencia, aquel se negaba a tomar en cuenta unos beneficios de los que gozaba mi padre. Me indigné, estudié las leyes, presenté una queja y mis argumentos fueron convincentes. Aquel abogado incluso me llamó para disculparse por no haber dedicado suficiente tiempo a mi asunto... Al final de cuentas, incluso nos hicimos amigos. Resultó ser un abogado bastante bueno.
Este caso me inspiró. Empecé a ayudarles a mis amigos y compañeros: componía para ellos las demandas, les corregía los textos de contratos... Y me daba cuenta de que muchos funcionarios se aprovechaban desvergonzadamente de nuestra falta de conocimientos de las leyes. Solo se les podía ganar con la misma arma: leyendo con cuidado las leyes, encontrando la interpretación de frases ambiguas y, lo más importante, sabiendo expresar las circunstancias sobre una hoja de papel. Inesperadamente para mí mismo empecé a disfrutar de esta lucha. Defendiendo los derechos de otras personas, defendiéndolas de las injusticias, sentía orgullo cada vez que lograba ganar un caso y demostrarle a un funcionario que a nadie se le puede ignorar confundiendo con un incomprensible revoltijo de términos jurídicos.
Y ahora en la notaría empecé a aprender la labor del abogado en un consultorio.Me suscribí a las actualizaciones del marco legislativo, sistematicé leyes y reglamentos según varios tipos de derecho civil. Leí un montón de literatura especializada. Y cada vez me daba cuenta con más claridad de que ser un abogado amateur y un abogado profesional no es lo mismo. Me faltaba un sistema en mis conocimientos, el conocimiento de las bases de derecho y, sobre todo, sin un diploma de abogado no podía ni pensar en ninguna promoción en mi carrera. Mi jefe, que siempre ha apoyado mi entusiasmo, empezó a decirme cada vez más que aún podía recibir la educación jurídica. Pero pasó otro año antes de que me hubiera decidido a inscribirme a la facultad de derecho. Siendo un hombre no tan joven y calvo, ¿cómo me sentaría al lado con unos jóvenes que ni tenían bigote? Este pensamiento me preocupaba. Me daba miedo equivocarme a la hora de escoger la universidad, estudié los ratings de las escuelas de derecho, iba a las exhibiciones dedicadas a una segunda carrera y, al final de cuentas, me inscribí en el Instituto Nacional de Derecho.
Pasó un tiempo hasta que admitiera en mi trabajo que nuevamente me volví estudiante, me sentía incómodo. Me parecía que no iba a poder, que iba a ser difícil estudiar: mi memoria ya no era la misma ni la atención tampoco... Pero poco a poco me acostumbré, y en tres años de estudios solo una vez saqué un 8, las demás fueron calificaciones perfectas. Así que ahora con plena seguridad afirmo: puedes estudiar a cualquier edad.
Las calificaciones perfectas y ahora también el diploma son una fuente de gran satisfacción. Me gustó estudiar, y estudiar bien. Sin embargo, lo más importante para mí era que ahora mi carrera profesional iba a avanzar según una decisión consciente, no por una casualidad como solía suceder en mis años de juventud. Sé que puedo estar orgulloso de mí mismo.
Mis amigos muchas veces me decían que se necesita una motivación seria y cierta valentía para empezar a trabajar desde cero y cambiar de profesión a los 49 años de edad cuando todos alrededor ya están empezando a pensar en jubilarse. Pero para mí fue todo lo contrario. La decisión de cambiar mi profesión me dio un gran alivio, ya no necesitaba realizar un trabajo aburrido solo por dinero. Y ahora tengo tiempo de triunfrar en mi carrera (afortunadamente, los abogados no tienen limitaciones de edad). Lo que me gusta de mi profesión es que un notario siempre está a la misma distancia de todos los participantes de un acuerdo o un pleito jurídico, siempre está por encima del pleito. Un procurador siempre acusa, un abogado siempre defiende, un abogado corporativo defiende los intereses de su organización. Y un notario explica derechos y obligaciones a ambas partes como si fuera un árbitro. Esta independencia me atrae.
Veo mi propósito en la vida precisamente en ayudar a la gente a ejercer sus derechos. Mis conocimientos profesionales me permiten defender a las personas de los burócratas abusivos y ayudan a restablecer la justicia, esto me da fuerza y satisfacción.
El salario de suministrador lo superé dentro de tan solo nueve meses desde que empecé a trabajar en la notaría, cada tres meses aumentaba la cifra. Me gradué y ahora me estoy preparando para el examen profesional para recibir mi tarjeta profesional. El futuro en papel de abogado me parece muy alcanzable. Estoy plenamente satisfecho con mi vida y sé que estoy ocupando mi lugar. Logré combatir mi miedo, superar mis complejos y tengo un gran estímulo: puede sonar demasiado pretencioso pero quiero aportar algo para que mi país sea un poco más cómodo para la gente y para que haya más respeto hacia la ley. En otras palabras, logré encontrar mi verdadera vocación y eso le da el sentido que le faltaba a mi vida.